Autopistas

 El ser humano no tiene sentido. No al menos como individuo. Desde pequeño, uno sueña, imagina, cree... que tiene un motivo universal, un destino que aportará algo a la existencia. Se cree trascendente. Se olvida de que, por sí solo, no es nada. Pero el cerebro se niega a admitir tal fechoría. Y nace la religión, el misticismo, lo paranormal... todo es poco para encontrar un motivo, un solo motivo, que justifique nuestra forma de vivir. Un motivo para sentirse más importante que una abeja. Es curioso que, incluso como especie, para el planeta la desaparición de las abejas sería un problema. La nuestra, una liberación. 

Es posible que haya tanto que desconocemos que sí tengamos una finalidad, no sólo como especie, sino como individuos. Yo prefiero creer que hay algo más. Digamos que, de forma egoísta, me ayuda a vivir mejor. Pero hay veces, algunas, que contemplando toda posibilidad, al cerebro se le cuela esa que, aun siendo posible, no está dispuesto a admitir. Y es, en ese momento, cuando todo carece de sentido.




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